21 de junio de 2013

Hagamos lo posible para que no sea así con nuestros hijos. . . y nietos

Emilio E. León Flores
Meditaba en lo poco que me acuerdo de mi adolescencia y, claro, mucho menos de mi niñez. Por alguna razón, perdí la memoria de gran parte de mis nóveles años y, por aquello de que recordamos lo que más nos impresiona, pues me temo que recuerdo más, con profunda tristeza, hechos de los cuales me avergüenzo que, muy posiblemente, formaron parte de mi vida porque no tuve personas mayores que me orientaran y que, si las hubo, no las recuerdo. Cuando miro hacia atrás, solo veo malos momentos y, aquellos que viví en la escuela secundaria, en el “Pedro Coronado Arrascue”, parécenme estar en oculto, acaso porque no hubo nada digno para recordar, o acaso porque solamente transité esa importante etapa de mi vida con la vaguedad que aún advierto en los adolescentes de hoy en día y que, de alguna manera, hago parte de mi personal cruzada para decir a los adolescentes de hoy, y porqué no también a los niños, porque vivan vidas fructíferas, interesándose el uno por el otro, conociendo lo mejor posible a su compañero o compañera de clase, de barrio, o donde quiera que se esté. No podemos transitar por la vida sin interesarnos por los demás, además de nosotros mismos, por supuesto; no podemos darnos este infeliz lujo que, a la postre, es lo que hace que las gentes seamos más egoístas que antes.

Recuerdo al profesor Marquina, con relativa reverencia, porque su aspecto adusto y serio nos inspiraba tratarlo de esa manera y porque, de mi actual plática con algunos amigos, ex compañeros de escuela (no necesariamente de clase), entiendo que fue un excelente profesor en su cátedra de historia, hasta donde recuerdo. Y, de la lista de nuestros distinguidos profesores, recuerdo –vagamente- al profesor de Cívica (no recuerdo su nombre, creo que es Tafur o Bendezú) porque, al igual que el profesor Marquina, también como que fruncía su seño en su afán de dejar bien en claro su cátedra porque, con la misma seriedad, recibiéramos su enseñanza. Y recuerdo al profesor Lara, de Geometría, por una graciosa anécdota que me ocurrió con él. Era un día en que él impartía su clase y, de pronto, como que se olvidó la secuencia del desarrollo de un problema en el pizarrón. Algo nervioso y abochornado (porque se puso “colorado”), me invitó a terminar el problema. No fui un buen alumno en el colegio pero, por alguna razón que atribuyo para juzgar que no hay alumno malo, que todos podemos ser los mejores o los peores según las circunstancias e influencias que nos acompañen, yo aprobaba su clase con regulares notas, acaso porque el profesor también se dejaba entender, y eso ayuda. Aquella mañana, yo salí al frente y terminé el problema sobre el pizarrón, y como que, por el rabillo del ojo, me pareció ver al profesor Lara dar un ligero suspiro de satisfacción.

Recuerdo a Julio Alarcón, y a Alfredo Ballesteros, porque con el primero hasta llegamos a reñir, y casi nos íbamos a los golpes; seguramente que fue por cosas intrascendentes, propios de la edad. Hoy, luego de tantísimos años, nos tratamos como hermanos. Admiré su destreza en el ajedrez y, hasta donde recuerdo, él nos representó muy bien en las lides escolares, llevando muy en alto el nombre de nuestro colegio. Recuerdo a Alfredo Ballesteros, por lo característico de su voz: era algo ronco y, cuando renegaba o estaba enojado, como que las venas del cuello parecían reventársele. Él también fue un gran ajedrecista. Recuerdo a Ángel Páz Chávez, al lado de Santiago Arosemena y “Chelita” (no recuerdo el porqué le llamábamos así), camino a su casa, por la Av. Morales Duárez. Algunas veces nos fuimos en el bus de la línea 50, que iba a lo largo de la Zarumilla y, con el bus repleto de gente, que muchas de las veces íbamos peligrosamente trepados del bus. Tiempos aquellos. Recuerdo a Nelson Villena, y a Maraví, quienes vivían por Caquetá, cerca de la Plaza del Trabajo. Recuerdo a Muñoz, creo que está fallecido, y a mi pata Jorge Cumpa Salazar (f), porque su condición (él sufría de polio), como que nos propuso ser sensible y amigables con él, por lo menos esa fue mi actitud, cuando también vi a muchos burlarse de él. Recuerdo, vagamente, como en la lontananza, a Candela, porque en varias ocasiones nos impresionó admirablemente vestido con primicias de vestir, porque creo que era modelo. Recuerdo a Concha, de Arequipa quién, por su apellido, fue objeto de la mofa y chacota de muchos. Me llegué a trompear con él, nos dimos buenos golpes pero, hasta donde recuerdo, luego seguimos siendo buenos compañeros de clases. Recuerdo a Luís Carrillo, por aquello de su “fina estampa caballero” porque, al igual que Villena y otros, iba muy bien vestido, con el cuello almidonado y los zapatos bien lustrados.

Aquel 18 de setiembre de 2009 cuando, por iniciativa de Fernando Carrillo y Rodolfo Julio Sachún Montano, y con la invalorable colaboración del profesor Loayza, fuimos convocados los ex alumnos de la Promoción 1969 (también estuvieron los de trunca Promoción 1968), todo me hacía pensar que, luego de tantísimos años (40), un pasado que me fue oculto por alguna razón, me daba la oportunidad de repasarlo y, con la ayuda de todos mis ex compañeros y ex profesores, revivirlo recordando aquello que, por alguna razón, olvidé. Como digo líneas arriba, por lo general recordamos aquello que nos impresiona o causa fuerte impresión, sea bueno o malo y, con esta lógica de pensamiento, posiblemente todo cuanto me ocurrió en aquellos cinco años de escuela sino fue tal de trascendente para mi considerando que, por mi particular constitución de persona, acaso porque tenía ciertos rasgos síquicos que me hacían diferente a los demás, o a muchos (entiendo, de mi plática con mi hija, ella estudia sicología, que sufrí de complejos que, muy posiblemente, tuvieron sus orígenes en mi niñez) pero que, obstante esta lógica de razonamiento, lo cierto es que yo quería repasar mi pasado, mi historia porque yo sabía que, de esta manera, algo de mi mismo iba a recordar y considerar para usarlo en mi presente. De alguna manera, yo estaba expectante de mi pasado.

Sin embargo, luego de aquel 18 de setiembre, en que todo nos hacía suponer que toda una generación de estudiantes íbamos a proseguir con una amistad que, por razones diversas, quedó trunca al término de nuestros estudios, al cabo de estos años me causa extrañeza cómo es que, muchos, casi todos, quienes estuvimos en aquella cita que yo la califiqué de apoteósica, hoy brillan por su ausencia y desinterés, acaso porque no tienen tiempo o, teniéndolo, porque no es tan importante para ellos darle un poco de su tiempo a aquellos con quienes compartieron cinco años de su existencia en el colegio, si acaso eso es nada importante. Luego de constituida la Asociación (nos llamamos Asociación de Ex Alumnos del Colegio Nacional Pedro Coronado Arrascue – ASEPECO), en 2011 el número de interesados en torno a la Asociación ya éramos muy pocos, poco menos del 15% del total que fuimos convocados aquella mañana del 18 de setiembre de 2009 en que, tras saborear una riquísima pachamanca por gentileza de René Florentino Bernal Mayoría (el “Exterminator”, Promoción 1969), todos los presentes estampamos nuestras firmas sobre un Acta de Fundación, en aparente actitud de conformidad, adhesión y compromiso a constituir y formar parte activa de la hoy Asociación Coronadina. Y no solo esto, tan luego nos constituimos como Asociación, abrimos una cuenta email y blog con Google, lo que nos posibilitó darnos a conocer a través del espectro virtual a toda la Comunidad Coronadina y, poco tiempo después, a través del Facebook lo que, a juicio de todos, nos sigue permitiendo captar la atención de Coronadinos de todas las promociones y generaciones pero, obstante este aparente avance y éxito para concitar la atención de todo Coronadino, lamentablemente cuando extendemos la invitación para afiliarse y ser parte activa, como socios activos de la Asociación, nadie hasta la fecha parece estar interesado en ello aún cuando, en todo momento, y conforme a los Estatutos, siempre procuramos informar que la razón de la Asociación no es solo social, no solo busca el interés de sus asociados, como lo es; pero, por encima de nuestros propios intereses, hemos intentado hacer saber a toda la Comunidad Coronadina, como también consta al Director del Colegio, Lic. Miranda, profesores, administradores y trabajadores del colegio, que nuestro interés ha sido y sigue siendo el colegio y su alumnado, como hasta ahora hemos venido dando ejemplo de ello en todos nuestros actos como Asociación. Sin embargo, y todo esto, en que intentamos ser transparentes, con la transparencia de personas adultas, ya muchos peinando canas, y porque queremos volcar los pocos años que nos restan de vida a reivindicar nuestro paso por nuestro querido colegio, porque no solo transitamos por el colegio pero, juntamente con ello, nos hicimos de amigos, compartimos cuitas, y todo ello en torno a un colegio que hoy debería de seguir mereciendo nuestra atención y, qué mejor, que organizadamente, a través de una Asociación.

Por ello, cuando veo este aparente desinterés por parte de muchos Coronadinos, no puedo sino meditar que, muy probablemente, el paso por el colegio no causó esa impresión de la que luego no podamos sino hacer remembranzas, agradecidos por todo lo que vivimos aquellos cinco años de nuestra existencia en el colegio. ¿Será que todo cuanto sucedió en el colegio fue malo, nada digno y edificante para recordar, que nos cause nostalgia al recordar? Pues, si es así, yo también estaría de acuerdo en ni siquiera pensar en mi colegio y, con ello, ni en mis ex compañeros y ex profesores; pero, porque estoy seguro que el paso por el colegio es una de nuestras más importantes experiencias de la vida, aún más que el paso por la universidad (porque, si lo analizamos, en la universidad podemos cambiar de profesión, de cursos, de horario, de esto y lo otro, lo que rompe con el grupo inicial con que pudiéramos haber iniciado la universidad; pero así no sucede con la secundaria, no siempre), por este hecho que hoy es materia de mi meditación, animo a los lectores Coronadinos a hacer cruzada con sus hijos, a ser comunicativos con ellos y, en esto, a inculcar en ellos a hacer de su paso por el colegio donde estén un tránsito con fruto de qué estar más que felices, haciendo amigos de verdad, inculcándoles la fidelidad, el respeto, el honor, la decencia, la dignidad porque, si intentamos hacerlo con nuestros hijos y, muy probablemente, hasta nietos, ellos no serán tan ingratos como, aparentemente, parecen serlo muchos hoy en día, no reaccionando positivamente y, menos, comprometiéndose a favor del colegio y su alumnado porque, obrando de esta manera, seguramente que ellos dejarán fuerte impresión en sus contemporáneos y motivo, razón para nunca olvidar y ser indiferentes. Hagamos lo posible para que no sea así con nuestros hijos. . . y nietos, que ellos reciban un mejor legado como parte de una herencia para compartir, con alegría, con todos los que los rodean.

Cordialmente.

Emilio E. León Flores
Ex alumno del PCA, Promoción 1969